ACTUALIDAD
6 de junio de 2025
SOBREVIVIR A TODO

Casi 1,4 millones de niños pasan hambre extremo, tienen viviendas precarias, no van al médico y aprenden poco
amela se levanta con hambre porque no cenó la noche anterior. Pamela se levanta y su mamá le dice “seguí durmiendo porque llovió y no hay escuela”. Pamela se levanta y recién come pasado el mediodía la única comida que va a consumir en el día. Pamela se levanta y tiene que ir con un bidón a cargar agua de la represa. Pamela se levanta con un fuerte dolor de oído y sabe que se la va a tener que aguantar porque en su casa no hay remedios y en su paraje tampoco hay atención médica. Pamela se levanta a encarar un día plagado de amenazas simultáneas que ponen en riesgo su infancia y su vida. Pamela se levanta en la emergencia más absoluta y hace – como tantos otros niños del país- lo imposible por sobrevivir.
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Así son todos sus días. Uno tras otro. Sin descanso. Esto no le pasa solo a ella. Existe un universo invisible de chicos que pasa hambre, frío, que duerme en el piso, que vive fuera del radar del Estado, sumido en la indigencia absoluta, preocupados permanentemente por conseguir lo básico y por alejarse de los peligros a los que están expuestos porque no tienen los derechos básicos cubiertos. ¿Cómo moldea esta marginalidad sus vidas? ¿Cómo es encarar un día plagado de urgencias? ¿Qué marcas deja en el cuerpo y en la psiquis? ¿Hasta dónde se puede soñar? Estas son las preguntas que quisimos responder con el especial “Bajo Amenaza” de HAMBRE DE FUTURO, que pone el foco en las infancias atravesadas por el estrés permanente de no saber si van a poder enfrentar su día. En la Argentina, según datos del Barómetro de la Deuda Social de la UCA, uno de cada 10 niños en el país se encuentra en una situación de emergencia extrema: esto quiere decir que son indigentes y que tienen, por lo menos, tres derechos básicos vulnerados. La cifra que en 2024 alcanzaba a 1.387.878 niños de hasta 17 años y representaba al 11,4% de la población total, en 2023 impactaba al 11,08%, en 2022 al 9,45% y en 2019 al 9,7%.
Infancias invisibles. Existe un universo de chicos que pasa hambre, que vive fuera del radar del Estado, sumido en la indigencia absoluta y atravesado por el estrés permanente de no saber si van a poder enfrentar su día.
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“Lo que los índices muestran es una parte de esta pobreza pero hay otras que están muy invisibilizadas. Porque estas problemáticas tienen como consecuencia, o a veces son la causa, de una situación de malestar psicológico de los padres. El nacer del vientre de una madre mal alimentada, con problemas de desarrollo cognitivo, con retraso educativo y con muchas privaciones, hace que esos niños tengan todas las chances de que no les vaya bien en la vida. Son infancias que no solamente tienen privaciones objetivas sino que también tienen privaciones de adultos de referencia que estén en condiciones de garantizarles la alimentación o de llevarlos al colegio”, afirma Ianina Tuñón, responsable del Barómetro de la Deuda Social de la UCA. Sus padres hacen lo que pueden pero no alcanza. No cuentan con las herramientas para encarar tantas batallas y terminan perdiendo, con las enormes consecuencias que eso tiene para sus hijos. En las grandes ciudades, al menos existen algunos espacios públicos o del tercer sector para acompañarlos. En las zonas rurales, las redes de apoyo apenas existen y el acceso a servicios básicos es muy limitado. Por eso, LA NACION decidió recorrer las zonas más aisladas de las provincias del norte del país -Salta, Chaco, Santiago del Estero y Formosa- para ponerle rostro a esta tragedia. Eric Sandoval tiene 8 años y vive en el norte de Salta en la comunidad El Bordo que no cuenta con posta sanitaria ni escuela ni luz eléctrica (apenas unos paneles solares). Tiene una tuberculosis que lo llevó a un cuadro de desnutrición grave y creen que esa enfermedad hizo que se le desencadenara una infección en el intestino. Como consecuencia, le tuvieron que hacer una ostomía (ano contra natura) en el hospital de Salta, que es por donde defeca. Hoy, a falta de bolsas de colostomía, atraviesa sus días con medio pañal pegado en el vientre. Pesa 22 kilos, una mejoría que ahora lo ubica en un cuadro de desnutrición moderada. La urgencia es que se haga un control médico, ya que el último fue hace dos meses. “Estos niños entran en un derrotero que es una rutina atípica. Y esa rutina atípica lleva a que no siempre se coma, no siempre se vaya al colegio, no siempre se atienda a la salud, y que por lo tanto, de alguna manera también el sistema los excluya”, agrega Tuñón. Están atravesados por una pobreza multidimensional, esto quiere decir que tienen todas las aristas de su existencia en riesgo. No solo les falta un mínimo ingreso para poder obtener una canasta básica, sino que su realidad está condicionada por el deterioro de otras dimensiones de bienestar, lo que los expone a privaciones simultáneas y permanentes. Para este universo de niños, las carencias más profundas se dan en el acceso a la seguridad social (90%) y la falta de un empleo formal de sus padres, a una alimentación y salud (84%) de calidad, a una vivienda digna (77%) y a la educación (72%).
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Es una pobreza heredada, de generación en generación. Que está inscripta en los huesos, en la baja talla, en las cicatrices de accidentes domésticos sufridos por vivir en situaciones precarias, en las caras curtidas por el sol y el sufrimiento. Las amenazas cambian según las zonas, la presencia o ausencia del Estado y las brechas culturales. En general, siempre es más de una. Se acumulan y hay que intentar hacerles frente sin recursos para cortar este círculo de escasez. “En las zonas rurales, he visto desnutriciones muy graves. Niños de cinco años que ya no tienen chances porque hasta los dos años podemos revertir algo pero después por más que intentemos todo lo que podamos, es muy difícil. La familia viviendo monte adentro en un rancho, con un pozo de agua todo contaminado, sin luz ni acceso a la salud. Lo más grave que nos ha tocado vivir es el fallecimiento de muchos niños que han quedado en el camino porque no han podido acceder a tiempo a que se les detecte lo que tenían o que se los tratara. Todas muertes evitables”, confiesa Marianela Ruiz, que se desempeña como trabajadora social para la ONG Haciendo Camino en Monte Quemado, Santiago del Estero. Emanuel Juárez podría haber sido uno de esos niños. De hecho, cuando nació en el hospital de Monte Quemado, en Santiago del Estero, lo dieron por muerto. Su madre cuenta que tendría que haber sido por cesárea – porque venía dado vuelta – pero decidieron hacerle un parto natural de riesgo. Hoy, es un adolescente de 16 años con parálisis cerebral que vive en silla de ruedas en el paraje Lebretón, en el Impenetrable chaqueño. Jerónimo Chemes es fundador de La Chata Solidaria, una ONG que todos los meses se adentra en el Impenetrable chaqueño para asistir a las familias. “Acá la gente no tiene derechos, está olvidada. Ellos subsisten con lo que tienen. Estamos hablando de ranchos que son de adobe o de silobolsa, con techo de paja, sin luz y sin baño. Ellos van a buscar atención médica en un hospital público y no se la dan. Lo que les pagan por el kilo de carbón o de postes, no les alcanza para ir y volver todos los días para llevar a sus hijos a la escuela. Entonces, si no hay albergue, no hay educación”, señala.
“Desde la llegada a la democracia, no hemos tenido políticas dirigidas a la infancia que realmente estén orientadas a los que menos tienen y busquen ser reparadoras”
Ianina Tuñón, responsable del Barómetro de la Deuda Social de la UCA
Salud en riesgo. La falta atención médica aumenta los casos de desnutrición y discapacidad
Si se analiza por zonas geográficas, los chicos más vulnerables se concentran en el área metropolitana del Gran Buenos Aires (15,18%), áreas metropolitanas del interior del país (7,74%) y en el NOA (7,37%). Existen, también, otros condicionantes que profundizan esta desigualdad: el vivir en zonas inhóspitas y de difícil acceso, el pertenecer a un pueblo originario o el no tener una escuela cerca. Santiago Roberto Santos, al que todos conocen como Beto, es uno de los tantos adolescentes que vive en La Cortada, una comunidad Wichí ubicada en la localidad de Coronel Juan Solá-Morillo, en Salta. Como muchos de los niños que corretean por las calles, empezó a faltar a clases hasta que un día no fue más. Hoy tiene 18 años y pasa los días buscando cómo engañar al hambre y proponiéndose no consumir. Allí, la inhalación de nafta es la puerta de entrada a los accidentes, a los intentos de suicidio y a la muerte. “No es solo poder tener una oportunidad sino que el desafío es simplemente sobrevivir. Lo más difícil para ellos es no ver una salida a la pobreza. Vivimos en un país muy rico y ver las injusticias o las desigualdades es lo más duro. Y ellos lo sienten”, dice Catalina Carvajo, coordinadora provincial de Salta para la Fundación Gran Chaco. Saben que, con suerte, comen una vez al día en la escuela. Saben, que a la noche, se toma mate cocido o té y a lo sumo un poco de pan o galleta. En el norte de Salta, lo más urgente es intentar que los niños no mueran de desnutrición o deshidratación. “La zona de Santa Victoria es una de las más vulnerables por el clima, por los caminos intransitables y por la falta de acceso a derechos. La época más crítica es de octubre a febrero porque empiezan las lluvias, hay muchos chicos con resfríos y quizás no podemos llegar a la comunidad. Además, los niños dejan de asistir a la escuela y bajan de peso”, explica Natalia Paz, directora regional de Salta de la ONG Pata Pila. Otra de las amenazas para las familias que viven sobre la vera del Río Pilcomayo es todos los veranos el posible desborde de esta masa de agua que limita con Paraguay y Bolivia. “Depende la zona, las casas pueden ser de lona, de adobe o de material. Hay comunidades que están al costado del río y ya saben que en la época de lluvias se tienen que replantear qué van a hacer. Hoy me contaba una madre que es la cuarta vez que se tuvo que evacuar por las inundaciones”, agrega Paz.
Pobreza heredada. Se transmite de generación en generación. Está inscripta en los huesos, en la baja talla, en las cicatrices de accidentes domésticos sufridos por vivir en situaciones precarias, en las caras curtidas por el sol y el sufrimiento.
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Todos los lunes, Celene Campos (14) se levanta a la mañana sin saber si va a poder llegar a la escuela que le queda a 15 kilómetros por caminos intransitables, que a veces son un polvo que parece arena movediza y, otras veces, es una laguna imposible de atravesar. Vive en el paraje El Azul en el Impenetrable Chaqueño. Se sube con su mamá y su hermana a la única moto que funciona para intentar aguantar durante cuarenta minutos ese trayecto sin que se rompa nada y sin caerse. Si llega a la escuela, su mamá hará el trayecto de vuelta con su hermana menor para después llevarla a otra escuela, ubicada en el paraje Rosillo. “Mis papás hacen un esfuerzo enorme para que yo pueda estudiar. Ninguno de los dos pudo terminar la secundaria”, dice esta adolescente que sueña con, algún día, recibirse de profesora de biología. Para Tuñón, atacar la situación marginal de este millón de niños que están dispersos por todo el país es muy compleja porque implica toda una ingeniería territorial muy onerosa. “Desde la llegada a la democracia, no hemos tenido políticas dirigidas a la infancia que realmente estén orientadas a los que menos tienen y busquen ser reparadoras. Y no porque no existan conocimientos científicos sobre que muchas de esas problemáticas son atendibles y se podría cambiar el curso de vida de muchos niños o porque no exista la información o la tecnología, sino porque no existe la decisión de hacerlo”, concluye la investigadora.
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Indigencia extrema en la Argentina
Niños, niñas y adolescentes de 0 a 17 años.
Año 2024.
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